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3 nov 2013

Que nos devuelvan lo robado: la soberanía

La evolución de la tecnología, de la palanca a la energía nuclear, nació de una organización cada vez más compleja de la sociedad. Ocurrió por la vía de la Educación; de ella nace la Investigación y el Desarrollo que ahora el ministro Wert quiere privatizar reduciendo a las clases más desposeídas a la ignorancia y, mediante la mera supervivencia, a la reproducción de una clase trabajadora que sea la mano de obra barata al servicio de los poderosos.
En un principio los grupos sociales se gestionaban de modo democrático y directo. Las decisiones se tomaban por todos; luego, por aquellos, normalmente los más viejos, a los que se atribuía mayor conocimiento por su mayor experiencia. Pero los problemas que había que resolver eran nuevos y no siempre las viejas soluciones les daban satisfacción. Si surgía una corriente enfrentada a la tradicional, la solución a la falta de acuerdo era  la secesión. En aquella sociedad de cazadores bastaba buscar otros terrenos donde cazar y vivir de acuerdo con los nuevos esquemas que no encontraban acogida en el otro grupo social.    
Cuando la sociedad se hizo sedentaria, es decir, agrícola y pecuaria, creó un valor ligado a la posesión de la tierra en núcleos estables, las ciudades o polis. La secesión significaba la perdida de lo creado. La solución de las discrepancias sociales tuvo lugar por la toma del poder en la polis; es decir la toma del poder político. Surgió así un esquema de naturaleza más o menos autoritaria. La complejidad social había abandonado la democracia directa; pero la  representativa había sido secuestrada por sus inventores, los reyes, como representación del poder económico que lo sostiene y la iglesia representante de un poder mítico extraterrestre.
                La recuperación de la democracia robada empezó cuando la represión de los grupos en el poder fue imposible. Los reyes aceptaron dejar de ser dictadores, los reyes absolutos; para seguir parasitando aceptaron ser reyes parlamentarios; hoy, para seguir parasitando, se conforman con ser reyes símbolo; un puro alcornoque en el calvero alrededor del cual se celebraban los consejos democráticos de las sociedades primitivas. Es el regreso más inteligente a la democracia. ¿Para qué sirve rey que ni reina ni gobierna? Es un elemento que parasitiza a la sociedad, que ya no necesita un “ejemplo de vida”; sobre todo si es corrupto.
                Recuperar la democracia es un objetivo que tiene que nacer del propio aprecio y autoestima. Somos mayores de edad y no necesitamos “ejemplos de vida”, menos aun cuando son deleznables. Tampoco necesitamos parásitos que no generan valor social. Somos una sociedad de trabajadores. Todo el mundo que quiera comer debe trabajar, crear riqueza y no vivir del cuento. Ese viejo cuento de los reyes, de su origen divino, de su derecho a parasitar hereditariamente a sus conciudadanos. Las monarquías hereditarias son un atentado a la democracia, que felizmente están en trance de extinción. Ésta es nuestra tercera oportunidad.
                Los ciudadanos de los países donde todavía hay estas estructuras no democráticas deben convertir en democrática a la Función Pública, es decir, a toda la Administración del Estado. En ella solo puedan estar quienes ingresaron en ella demostrando su mayor mérito y capacidad y están sometidas a un control de eficacia, y aquellos a los que, periódicamente, les demos el encargo de gestionar esa Administración con sus trabajadores.
Ni un solo parásito, menos con derecho hereditario a heredar, cabe en una sociedad democrática.  La propiedad heredada paga impuestos. Es una forma de devolver  lo robado a al sociedad y a los trabajadores que generaron esa riqueza. El impuesto de los reyes consiste en devolver al pueblo lo que le robaron: su soberanía. Y eso se llama república democrática

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