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22 oct 2016

Patologías políticas

Leo el artículo “Patologías políticas” de D. David Ortega, EL MUNDO. 19.10.2016: con el que, como es normal, sólo estoy parcialmente de acuerdo.
Considera como patología superada la “excesiva presencia histórica de la institución militar en la política”, algo que exige matizarlo. No merece igual reproche la institución militar que defiende la libertad ciudadana y la democracia que la que acaba con la democracia priva de su libertad al ciudadano para acabar imponiendo a los borbones previamente expulsados por los ciudadanos como hizo tres veces ya. Decir que “la institución militar es una de las mejor valoradas por los españoles, según indican desde hace bastantes años las encuestas del CIS”, solo indica eso: “que la institución militar sea una de las mejor valoradas por los españoles” lo cual no significa que sea la realidad. Las encuestas suelen regurgitar las preguntas que hacen.
Considera superadas “las tensiones generadas entre la Iglesia católica y la vida política española” y dice que hoy “la Iglesia católica no es un problema o disfuncionalidad de nuestra vida política: la Iglesia se dedica al cuidado de las almas, que falta hace y la política a nuestra vida en comunidad”. No es cierto. La Iglesia se ocupa en robar bienes comunales, mezquitas incluidas, gracias a la ley Aznar, lanzar anatemas a los homosexuales y dotar de lujosas áticos a sus cardenales jubilados por lo que ya no tiene tiempo en perseguir a los pederastas que hay en su seno, ni para dedicarse a las almas, ni a los pobres diga lo que diga el papa romano.
Como patologías no superadas señala cuatro. La primera “nuestra poca propensión al acuerdo y al entendimiento en cuestiones de interés general”. Es cierto que “en política el diálogo no es una elección, es una de las principales, sino la principal, obligación del buen político” y que la realidad próxima revela “un exceso de soberbia, de ego y personalismo, mientras sufrimos cierta carencia de responsabilidad y de la imprescindible humildad y vocación de servicio público”. Es lo que cabe esperar de quienes gobiernan como un dictador legal durante 4 años.
La “segunda patología preocupante de nuestra vida política es el exceso de corrupción” dice. Esta nace de la primera patología, el ánimo dictatorial de la derecha que ha contagiado a la izquierda que fuera paradigma de la honradez del socialista y del obrero. Esa patología se cura no tanto  con “transparencia y cultura cívica, además, como siempre, del respeto a la ley” como él dice sino con la Educación para la Ciudadanía que el gobierno prohibió impartir.
Identificar al “nacionalismo como principio esencial de determinadas políticas” como tercera patología exige reconocer un doble nacionalismo centrípeto y centrífugo. Ambos desvaríos se necesitan y realimentan el uno al otro con similar irracionalidad. La torpeza intolerante de ambos y su falta de ánimo de diálogo permiten crear un problema donde no existe.
Pero todo nace de la cuarta patología: la necesaria “reforma constitucional”. Dice el autor que “no es normal que en casi cuatro décadas de vida de la Constitución de 1978 no se haya reformado prácticamente nunca” aunque en ambos casos “artículo 13.2 en 1992 y art. 135 en 2011, fue por imposición de la Unión Europea”. Él considera que deriva de “la falta de capacidad para lograr acuerdos y el problema del nacionalismo”, pero se equivoca.
Todo deriva del fraude de la Constitución. Con apariencia de elección libre, fue sólo una huida hacia delante. Se aprobó aun siendo la continuación de la dictadura militar que la engendró, “todo está atado y bien atado” aunque era un salto atrás en el tiempo  y un hurto de la opción de la república temiendo que ganara como en 1931. En Europa apenas quedan dictaduras monárquicas. La de 1978 vio aparecer la impuesta por el dictador militar que se dio el derecho a crear monarquías. Es una vergüenza para sus víctimas: los súbditos de él y de su parentela.
La CE78 es además un engendro incoherente. El art. 14 prohíbe la discriminación por razón de nacimiento pero lo viola descaradamente en el Titulo II: de la corona. Pero todo se disimula a base de que los políticos mienten continuamente diciendo que vivimos en democracia cuando el régimen bajo el que vivimos es una  dictadura monárquica aunque sea parlamentaria.

Termina el artículo diciendo  “los tiempos de cambio siempre son una buena oportunidad. Hoy nuestra coyuntura política de gobernabilidad precisa de varios protagonistas (al menos tres). Es, pues, momento propicio para tomar decisiones importantes y poner las bases sólidas para una verdadera nueva política”. Creo que entre “las bases sólidas” no está la única sólida y propia de un régimen democrático: la república. Hasta recuperarla no habrá solución a nada.

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