Test Footer


15 may 2013

Soltero viene de suelto

Se nos enseña poca etimología aunque es una fuente de conocimientos sobre el significado de las palabras que, así, se usarían mejor. A veces un significado de su polisemia se apodera de ella y empobrece su valor original. Reducido a uno solo, arruina su riqueza. Eso le pasa a la palabra soltero; desnaturalizada, además se la define de modo negativo como si careciera de sentido propio. Todo el mundo define a soltero como el que no está casado. Sin darse cuenta, esa definición convierte a casado en el metro patrón de referencia. Pero, ¿qué significa la palabra soltero? En muchos idiomas revela su prístino origen que no es otra que la de “suelto” en el sentido de “libre”, o la de “salvaje” en el doble sentido de “libre” por “no domesticado”.
Este sentido etimológico define con más corrección este estado natural por sus atributos. Una vieja broma - ¿por qué no la defienden los ecologistas? - decía que ser soltero es el estado natural del hombre  (mujer o varón) por lo que del matrimonio, al contradecir a las fuerzas de la  naturaleza, mucho más poderosa,  sólo pueden esperarse males.
No fue inocente esta pérdida de ese sentido sino un reflejo del rechazo a la libertad. El poderoso que se beneficiaba más del hombre (mujer o varón) menos libre. El complemento de características,  anatómica y  fisiológicamente hablando el pene y la vagina, ofrece beneficios, una satisfacción personal, al margen del aleatorio de tener o no hijos. Pero ese beneficio se puede disfrutar sin perder la libertad. ¿Cuál fue el origen, pues, del contrato matrimonial?
Cualquier forma de servidumbre favorece a la parte que se enseñorea de la otra, su siervo. Identificada la condición imprescindible de las relaciones sexuales para tener hijos, y tras el invento del robo en que consistió la propiedad privada, el hombre (varón) vio su debilidad: no tenía garantía de que su trabajo lo heredara “su” hijo, garantía que sí tenía la mujer. Así se inventó el matrimonio: un contrato social, con compromiso de fidelidad para la mujer casada. El adulterio y el aborto fueron delitos bajo la dictadura católico-fascista de Franco que se quiere recuperar. La prohibición era asimétrica para el varón.
 La prohibición la reforzaron brujos y sacerdotes, siempre varones, al servicio del poder civil. Su engaño fue el eterno: convencer que lo no prohibido es obligatorio. Primero se convenció a la gente que hay  “un único verdadero´ extraterrestre” (cada brujo/sacerdote declaró “su único verdadero extraterrestre”. Luego que quería la fidelidad femenina como algo obligatorio.
En este ataque en toda regla contra la libertad se desacreditó el “estado natural” del hombre (mujer o varón) libre; en particular el de la mujer. Todos gente sospechosa, inútil o asocial por ser solteros ¡o casados sin hijos! El objetivo de recíproca satisfacción casándose se secuestra por el poder convirtiéndolo en una obligación de procrear. La iglesia católica exige, sobre todo a la mujer, el débito conyugal. Víctima de su obsesión contra el sexo “lo acepta” si crea siervos para el “extraterrestre”. El poder civil lo apoya: si aumenta la oferta e trabajadores bajan los salarios; además hay  más siervos para asesinar defendiendo a la “patria” que es el “rey”. Es el eterno contubernio contra la libertad individual.
Estar soltera pretendió forzar a las mujeres a procrear despreciando a la que lo fuera por rechazar libremente ofertas insatisfactorias. La palabra solterona, despectiva, implicaba que ella había sido la rechazada.  Este primitivismo lo vemos en el actual gobierno de  ministros necios, perdón por la redundancia: “la mujer que no tiene hijos, no es una verdadera mujer”.
Atacar la libertad de la soltería es un  ataque a la libertad. La etimología de cónyuges se refiere al yugo común que dos personas contratan, contraen, ejerciendo su libertad. Todo contrato es revocable indemnizando al perjudicado si lo hubo. El poder, el del brujo/sacerdote, se apropió del contrato “sacralizándolo y haciéndolo irreversible”, robando la libertad a las dos personas. Al final desapareció ese atropello cuando el poder civil recuperó la racionalidad del contrato.
Pero el poder civil aun quiere sojuzgar, poner “sob el yugo” a la mujer. Hay un rechazo laboral a su oferta como trabajadora si está en edad fértil, sobre todo si está casada. Además, rechaza la protección a la maternidad, de la que alardea falsamente al privarla de una asistencia social que compense su perjuicio personal por algo socialmente beneficiosa como tener un hijo. En tiempos el hombre soltero también era sospechoso. El beneficio de la mayor libertad laboral le hacía demasiado libre, no tenía obligaciones matrimoniales, para “no tragar abusos laborales”. El poder - eternamente sospechoso - está contra la libertad. Siempre opone la fuerza policial a que el hombre (mujer o varón) la recupere. La mujer, siempre menos libre, lo tiene peor.

0 comentarios:

Publicar un comentario