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12 jul 2017

La ley anastasiana

Ha sido un inmenso placer leer un artículo de Daniel García-Pita Pemán,”Especular”, publicado el 11.07.2017 en el diario ABC, en el que su autor se plantea si se deberían prohibir las operaciones financieras puramente especulativas. Parte de D. José de la Vega, autor en 1688 de un libro ”Confusión de confusiones. Diálogos curiosos entre un filósofo agudo, un mercader discreto y un accionista erudito”, que procuraré leer, donde critica las mil y una formas de especulación en Holanda y nos lleva al imperio bizantino en su crítica a una de las razones aducidas por el Gobierno para no reducir los impuestos que le reclama Ciudadanos: el gran coste que va a suponer que el Estado se haga cargo de las pérdidas acumuladas por las autopistas radiales de Madrid, aunque al final ha decidido aceptar su propuesta.
                Los préstamos adquiridos por los concesionarios, técnicamente quebrados, para construir las autopistas, hicieron que los bancos - esos sistemáticos beneficiados del gobierno - al ver peligrar el cobro vendieran sus créditos a cualquier precio a unos fondos “buitres” bien conocidos por sus actuaciones y sus “titulares” sin hacer esa misma oferta al gobierno. Esta actuación llevo al autor a referirse a una ley anastasiana debía al emperador Anastasio I. Con ella cortó una práctica especulativa inicua, y generalizada, consistente en permitir eliminar el beneficio especulativo del comprador de deuda - una persona antisocial que no quería invertir su dinero en el mercado para la producción de bienes para beneficio de la colectividad - quería obtener del deudor al que pretendía exigir el valor de la deuda, perjudicando así al acreedor, aunque era su opción venderla a bajo precio, y al deudor al que el acreedor no le ofrecía la misma opción y la sigue debiendo a “su precio”.
                La ley, que el autor del artículo nos recuerda que fue recopilada por “Justiniano, se incluyó en el Código napoleónico y de ahí pasó a nuestro código civil, el Fuero Nuevo de Navarra y a una reciente ley catalana” consistía en ofrecer al deudor el derecho a rescatar su deuda pagándole al banco lo mismo que él había cobrado del especulador, con lo que no sufría ningún perjuicio mayor que el libremente asumido por el librándose del riesgo del impago. El deudor, lo era porque no poder pagar el total de la deuda original, se beneficiaba al saldarla a su nuevo coste. El único que perdía, en realidad, que no ganaba, era el especulador antisocial.
                Esa ley anastasiana se justificaba, como recuerda el autor del artículo como medida de “humanidad y benevolencia” (tam humanitatis quam benevolentiae plena, recuerda nuestro Tribunal Supremo). ¿Por qué no se aplica al caso de las radiales de Madrid en vez de que el Gobierno, una vez más, favorezca a los “buitres amigos” a costa del ciudadano víctima que cada vez descubre su parecido con el súbdito que realmente es?, se pregunta el autor
                La cuestión es retórica, aunque valiosa; todos sabemos la respuesta. Al actuar de este modo el Gobierno lo que hace es favorecer a aquellos a cuyo servicio está a costa de esquilar a quienes están sub dictum eius, el pobre e inerme ciudadano que otra vez será expoliado.
Yo pregunto, ¿por qué los bancos no ofrecieron esa oportunidad de compra de la deuda a bajo precio al Gobierno que tanto dinero le había dado a costa de los súbditos para librarlos de la burbuja inmobiliaria en la que se habían metido? La pregunta es igualmente retórica. Los bancos y los fondos “buitre” pertenecen a la misma especie y se ayudan
            Es evidente que el emperador Anastasio no era “populista”; sólo era “decente”.
Es evidente que el Partido del Gobierno es “Popular” y “populista” pero no “decente”.
Son conceptos distintos que el Gobierno se niega a que se confundan siguiendo la tradición ideológica del franquismo al que sociológicamente representa que también decía que una cosa era la “libertad” y otra el “libertinaje”.
                ¿Qué opción se abre a los ciudadanos que nos resistimos a seguir siendo súbditos? Primera: esperar que el Congreso “nos represente”, como creíamos que ocurriría tras el 15-M. Segunda: si se empeña “no representarnos” cambiar nuestro voto en la siguiente oportunidad.

Tercera: las elecciones municipales de 1931 ofrecieron un camino que no debe de ignorarse. el primer Congreso de Diputados y el Primer Gobierno de la República tras la aprobación de la CE31 sí nos representó. Dejamos de ser súbditos y empezamos a ser ciudadanos. Cuando en 1936 volvió a representarnos los fascistas dieron un golpe de estado. Hoy, dentro de la CE, ese riesgo es nulo. Esa oportunidad está en nuestras manos si los Diputados no nos representan.

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